La Escalera del Casino de Madrid
o cómo perderse en la magia de una escalera
La Escalera de Honor del Casino de Madrid impresiona a todo el que se acerca a ella y, en mi opinión, impresiona más al profano que al experto en arte porque consigue transportar al espectador al mundo mágico del Modernismo, permitiendo que cada uno de nosotros descubramos en ella una fantasía propia y diferente.
Descubrir la Escalera del Casino
de Madrid es realizar un corto pero intenso viaje para el que hay que cumplir
un único requisito: dejarse llevar por nuestra propia imaginación.
Este es un pequeño resumen de mi experiencia personal al visitar la Escalera de Honor del Casino:
Mi sorpresa comenzó en el mismo momento en que entré
en el Patio de Honor. Miré a mi alrededor buscando inevitablemente
la famosa Escalera de Honor y sin embargo, la escalera no se podía ver.
Solo después me di cuenta de que los artistas que idearon esta
maravilla del arte madrileño nos obligan a superar una serie de etapas antes de
permitirnos apreciar el Sancta Sanctorum del Casino.
Como si de un rito iniciático se
tratara, me sumergí bajo el arco de entrada, introduciéndome en un espacio que
se me antojaba un templo griego.
Me hallaba en una sala central enmarcada por
columnas ricamente decoradas.
A ambos lados, dos naves laterales captan nuestra atención, cual capillas paganas
consagradas a seres mitológicos muy particulares, Eros y Psique.
La fusión de escultura y
arquitectura me recordaba a Dafne transformándose en árbol, a la mujer de Lot
convirtiéndose en estatua de sal, una fantasía mitológica escapando de los
fríos muros para decorar con calidez embriagadora el paso al Patio de Honor del
Casino. Una imposible mezcla de texturas que convierte la rigidez pétrea en mullido y
maleable líquido ondulante impregnado de conmovedora belleza.
Este pequeño bosque de arcos y columnas se abre al patio y...
...dirige nuestra mirada a un jardín de ventanas, arcos y balcones que nos rodea por completo.
Todo bajo un cielo vidriado que ilumina cálidamente con su tamiz celeste el conjunto, como un magnífico relicario tallado con esmero para proteger la joya más preciada que guarda en su interior y que deslumbra por sí misma.
En ese momento y no antes, con la luz
y el entorno perfecto, podemos girarnos y contemplar al fin la fachada principal
de la Escalera de Honor.
Efectivamente, ahora sí se puede apreciar
la fachada señorial de la escalera. Ahora que hemos respirado la fantasía más
pura de este arte envolvente ya estamos preparados para poder
apreciar en todo su esplendor, la belleza de lo que creíamos que era una simple escalera.
Ante nuestros ojos se muestra una
obra de arte elegante pero con un rasgo que la hace
diferente, que es esa vida propia que parece desprender todo el conjunto.
La Escalera de Honor parece moverse
ante nosotros, tanto más rápido cuanto más intentamos detenernos en los
detalles que se suceden en cada una de sus sinuosas líneas.
En nuestro afán por apreciar cada
figura, cada escultura, cada filigrana, no nos damos cuenta de que la atmósfera de la
escalera nos domina y nos hace sentirnos pequeñas criaturas perdidas en la
selva de la arquitectura danzante.
De manera incomprensible se transforma a cada paso y nos contempla con la superioridad de saber que cada vez que giremos la vista hacia un ángulo, será capaz de desvirtuar nuestra realidad cambiando la perspectiva, la profundidad y la imagen de lo que habíamos visto hacía tan sólo un instante.
De manera incomprensible se transforma a cada paso y nos contempla con la superioridad de saber que cada vez que giremos la vista hacia un ángulo, será capaz de desvirtuar nuestra realidad cambiando la perspectiva, la profundidad y la imagen de lo que habíamos visto hacía tan sólo un instante.
Como esas nubes de algodón que
forman figuras en el cielo y desaparecen en tan solo un parpadeo, del mismo
modo avanzar unos metros, caminar hacia un lado o agacharse para tomar una
fotografía nos descubre una nueva visión, una imagen diferente y, ¿por qué no?, un nuevo rostro en esta escalera mágica...
Y totalmente embargados por su carisma, subimos por las escaleras laterales para alcanzar su balcón principal.
Intentando decidir inconscientemente si nos hallamos ante un
templo, en un palacio o simplemente, en medio de una escalera.
Pero no estamos en ninguno de
esos lugares, porque al llegar al tramo principal de la escalera, y nos
asomamos forzosamente a su balcón principal, nos damos cuenta de que en realidad
estamos inmersos en un sublime teatro en el que la representación no ha hecho
más que empezar.
Porque si la introducción ha sido
espectacular, el nudo se desarrolla solemne y ostentoso, desbordante
de elegancia y al mismo tiempo de serenidad, sin permitir que ningún turbador
barroquismo nos impida sentir el mensaje de esta singular fantasía arquitectónica.
Y el desenlace, siempre único y personal, en mi caso no podía ser otro
que la felicidad de contemplar esta pequeña maravilla madrileña con todo lo que la conforma: su entorno, su “jardín” y sus salas. Disfrutando de la genialidad que ha
permitido transformar un elemento, a veces tan simple como una escalera, en una
gran obra de arte.
Madrid, Marzo de 2018